jueves, 29 de septiembre de 2011

Curso 2011/2012. Comenzar de nuevo.

Un nuevo curso. Una nueva oportunidad de comenzar. Dios, que no se cansa, sigue dándonos oportunidades para seguir, para seguirle... Ánimo y adelante.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Día del Seminario 2011

El pasado día 19 celebrábamos con la Iglesia el día del Seminario. Para aquellos que no lo sepáis todavía el seminario es lugar donde se forman los futuros sacerdotes de una diócesis. Nuestro Seminario se encuentra en Badajoz y es el centro universitario más antiguo de nuestra región y en su biblioteca se guardan verdaderos tesoros con forma de libro. Si queréis saber más de todo esto buscad en internet "Seminario Metropolitano de San Atón" o contactad con los curas de vuestras parroquias.
Os dejo además una bella reflexión de Benedicto XVI en torno a los sacerdotes:

El sacerdote es un don del Corazón de Cristo: un don para la Iglesia y para el mundo. Del Corazón del Hijo de Dios, desbordante de caridad, proceden todos los bienes de la Iglesia y en él tiene su origen de modo especial la vocación de aquellos hombres que, conquistados por el Señor Jesús, lo dejan todo para dedicarse completamente al servicio del pueblo cristiano, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor.

El sacerdote es plasmado por la misma caridad de Cristo, por el amor que lo impulsó a dar la vida por sus amigos y también a perdonar a sus enemigos. Por eso los sacerdotes son los primeros obreros de la civilización del amor.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Miércoles de Ceniza, comienza la Cuaresma

Hoy Miércoles de Ceniza os presento un articulo que a mí me ha dado que pensar espero que lo disfrutéis. Y que realmente os ayude.
 
Necesitamos la cuaresma.

 
José Fernando Rey Ballesteros
Si no existiera, habría que inventarla. Pero, gracias a Dios, la Cuaresma existe. Y desde el siglo II, cuando apenas duraba los cuatro días que median entre el Miércoles Santo y el Domingo de Resurrección. No tardó mucho el ayuno en multiplicarse por diez, hasta alcanzar, ya en el siglo IV, los cuarenta días, por exigencias del guión. Me refiero, claro está, al triste guión escrito con nuestros pecados, que son los que hacen necesaria la Cuaresma.

No creo escandalizar a nadie si confieso que el inicio de la Cuaresma me produce una terrible pereza. Qué le voy a hacer, en todos estos años no he logrado que me apetezcan los ayunos ni las penitencias. Sin embargo, si logro apartar de un cariñoso manotazo a ese “hombre viejo” que se hace el remolón, descubro que la Cuaresma es un tiempo repleto de esperanza. En ella late un mensaje que debería ilusionar, y mucho, al “hombre nuevo”, si no fuera porque, aplastado bajo el peso del pecado, apenas tiene oxígeno para experimentar ilusión alguna. El mensaje es que la conversión, el nuevo nacimiento, se han hecho posibles. Nada está perdido. Podemos cambiar. Podemos renacer. Podemos, sí, ser santos. La Pasión y Resurrección de Cristo han abierto una puerta que, aunque estrecha, nos muestra a todos el camino de salida. Y no ayunaríamos ni nos entregaríamos a la penitencia si no supiéramos que esa puerta sigue abierta a través de los siglos hacia la eternidad.

La conversión es el paso de la muerte a la vida, y de la mentira a la verdad. No se trata de dos movimientos distintos, sino del mismo, porque la mentira es muerte y la verdad es vida. Por ello, y con el inestimable aunque poco apetecible auxilio del ayuno y la mortificación, llamados a despejar el humo de la concupiscencia, tendremos que comenzar la Cuaresma situándonos ante nuestra propia verdad. La tarea no es nada fácil, y habrá que pedir todo el auxilio al Espíritu Santo. Conocerse a uno mismo, admitir el propio pecado, destapar la miseria que se oculta bajo el ropaje resultón con que nos hemos revestido es tarea sólo apta para valientes. Hay que levantar la seda y desnudar a la mona, que tiene pelos hasta en la espalda. Y, a ser posible, no asustarse demasiado. La pregunta clave, más allá de “qué estoy haciendo mal”, es ésta: “¿Cuál es mi defecto dominante?”. Va referida a ese pecado que, en cada persona, es origen de casi todos los demás. Cuando la pregunta se formula con sinceridad y el examen se realiza con ojos limpios, la respuesta no será del tipo “estoy rezando poco” o “estoy tratando mal a esta persona”, sino más parecida a “soy un egoísta”, “soy un soberbio”, “soy un lujurioso”, “soy un envidioso”, “estoy vendido a la pereza”... Y afrontar esa respuesta no es fácil para la autoestima. Sin embargo, sin un descubrimiento semejante, no puede haber conversión. Porque la verdadera conversión no consiste en pasar de rezar poco a rezar mucho, ni en pasar de tratar mal a una persona a tratarla mejor, sino dejar de ser egoísta para ser generoso, en dejar de ser soberbio para ser humilde... En definitiva: no se trata de “dejar de hacer”, sino de “dejar de ser”, para ser una persona nueva.

Localizado el defecto dominante, y desmantelada la mentira que lo ocultaba ante nuestros ojos, es hora de formular propósitos de conversión y ayuno: por ejemplo, si soy egoísta, tendré que buscar las pautas que me lleven a descentrar mi vida de mí mismo y volcarla en los demás; si soy soberbio, tendré que hacer propósitos encaminados a abajarme y ceder; si soy perezoso, mis propósitos se dirigirán a adquirir diligencia... Pero, por acertados y concretos que éstos sean, no podremos cumplirlos si no recibimos la Fuerza de Dios. Por eso, en Cuaresma es necesario y urgente un plan serio de oración y sacramentos: dedicar todos los días un tiempo a la oración mental, comulgar con más frecuencia, realizar una sincera y profunda confesión sacramental... De este modo, con la ayuda de la gracia, los propósitos se irán convirtiendo en realidad, y alcanzaremos la cima de la Semana Santa envueltos en un ambiente de lucha ascética y recogimiento interior. Cuando la Semana Santa llegue, ya todo será cuestión de remansarnos en la Cruz y dejar obrar a Cristo. Él hará el resto. El tomará nuestra mano llagada junto a la suya, también llagada, y sobre sus hombros cruzaremos el umbral de la Muerte para amanecer, en Pascua, resucitados y convertidos, purificados y transformados en personas nuevas. El milagro se habrá realizado.

Definitivamente, necesitamos la Cuaresma.

lunes, 28 de febrero de 2011

Corintios 13,1-13.

Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto. Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí. En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor.
1Cor 13,1-13.